La dedicación de Agustín a la Palabra de Dios es tanto como proclamarlo un apasionado de la oración. Porque para él, como para la Iglesia antigua, la lectura o lección de la Sagrada Escritura se transforma en oración: ésta brota al contacto con el texto sagrado. Por eso el Santo, en la medida en que es maestro que desmenuza la Palabra de dios, es también guía que transmite los secretos de la oración cristiana. Y como experto en ambas cosas respondió con amplitud a las cuestiones de una mujer de la nobleza romana. Esta dama, de nombre Proba, había enviudado y ansiaba entregarse más de lleno a la oración. La carta en que Agustín le contesta es desde entonces un texto clásico. Y constituye el plato fuerte del presente libro.